martes, 3 de agosto de 2010
Orientación Profesional
Publicado por Juan Gomez el martes, 3 de agosto de 2010LOS CIEN DÍAS DEL PLEBEYO
Una bella princesa estaba buscando su principe. Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos... Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riquezas que el amor y la perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo: —Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Esa será mi dote. La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: —Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba, me desposarás.
Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores
de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar donde había permanecido cien días. Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: —¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste? Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas, el plebeyo contestó en voz baja: —La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor.
Cuando estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos como prueba de afecto o
lealtad, incluso a riesgo de perder nuestra dignidad, merecemos al menos una palabra de
comprensión o estímulo. Las personas tienen que hacerse merecedoras del amor que se les
ofrece.
Taller 1
a. Realiza tu comentario no mínimo a un párrafo.
b. Como puedes comparar la historia a tu vida.
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Muy BUenoo Me Gustoo =)
ResponderEliminarEsta interezante...te hace reflexionar!!
ResponderEliminarmuy bonita la historia y q ps q el plebeyo tenia la razon y la reina no merecia el amor del plebeyo ;D
ResponderEliminarclaro el plebeyo se canso de esperarla y pues pailas no fue capas de ahorarle ni una hora entonces el plebeyo se fue y yo tambn aria lo mismo
ResponderEliminaresta bueno uno se cnasa de esperar a la persona sin que ella sea correspondida uno da para que tambien le den
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